Prólogo, capítulo 1 y 2

PROLOGO.
Esta historia comienza tiempo antes de que sus protagonistas fueran conocidos como héroes, antes de que el mundo cambiara a la forma en la que hoy los conocemos. Está es la historia de como ayudaron a huir a Reetha de la Torro en la que estaba encerrada en Abilesse al norte de los montes Angarest, pero también es la historia del papel que jugó Reetha en el nacimiento del mito de Adanamarth, y como los hechos que entonces sucedieron lo convirtieron en el maestro de todos los bardos.
Está es la historia de los Hijos de Enthar. Una historia de misterios, de tragedias y de emociones, de ideales nobles, espada y brujería. Está es la historia que inicia los Relatos de Taerguron, y la Historia de Adanamarth, el Bardo, el Viajero de los Mundos Olvidados y los Reinos de Fantasía.
Manveru Athan, Cronista del Reino de Arandunë.

                                                                            CAPITULO 1
En las tierras que van desde el Mar de Eisgard y el de Sithelmhelm, al norte del río Feinos y los montes Adura, se conservan todavía los recuerdos de otra época, una época de aventuras y peligros, y aunque el poder del Reino de Arandunë se desvaneció hace más de dos mil años, aún algunos mantienen las costumbres de aquella época. Son poetas, cronistas, caballeros y clérigos que no olvidaron lo que una vez existió sobre las piedras que ahora pisan.
Allí existió una vez la capital de un poderoso reino lleno de enemigos, Arjiúa de Arandunë, la Capital del Sol Poniente, donde magos, sabios y poetas de todas las razas y pueblos de Taerguron se juntaban para realizar los mayores prodigios; y, también, donde apareció por vez primera Adanamarth en Taerguron y en el Reino de Arandunë. ¿De donde procedía? Nadie lo sabía. Sin embargo, en sus ojos castaños existía un extraño brillo, como si hubiese viajado por lugares que la imaginación humana no pudiese comprender. Su piel era de un tono moreno como si hubiese tomado mucho el sol y su cabello era de un tono entre castaño y rubio. En su cabeza oculta bajo la capucha de su manto destacan los ojos sesgados que antes describí y de las amplias mangas de su camisa y chaqueta surgen dos manos, también morenas por naturaleza pero pálidas por la permanencia a la sombra al igual que su rostro.
Los ojos castaños mostraban preocupación y, de vez en cuando, una mano se alza para tocar un colgante, colocado en una cadena sobre su pecho, un colgante fabricado con una aleación clara y brillante de mithril que demostraba que él tenía ascendencia élfica o que lo era alguien a quién él había amado. Y, en la mano que acaricia el colgante con gesto ausente, lucía un anillo con una extraña inscripción que ponía en runas “TEYE BA” cuyo significado se perdía como si fuera humo flotando sobre los tejados de la población.
Está historia comienza cuando Adanamarth no se llamaba así, sino que era un joven chiquillo llamado Adanurel y vivía en Iarishaud al norte del Reino de Arandunë, entre Betanthos y Beinorth, no muy lejos del lago Thartas. Iarishaud era un cruce de caminos y por allí pasaban viajeros que iban desde el Reino del norte cuya capital era Abilesse, desde el reino de Beinorth, desde el reino de Betanthos o desde el de Arandunë; pero sobre todo pasaban muchos elfos y enanos que por aquel entonces todavía no ocultaban su aspecto bajo hechizos de gran poder. Allí en lo alto de una colina que dominaba casi todo Iarishaud estaba el acuartelamiento de los Guardianes de Arandunë, una orden militar creada por el Caballero Isnarth hacia unos quinientos años para proteger el Reino de Arandunë de los seres oscuros que habitaban todavía sobre la faz de la tierra. El padre de Adanurel era uno de esos guardianes.
Si alguna ventaja obtuvo Adanurel de ello fue que aprendió a rastrear, a combatir, a ocultarse desde muy niño. Así antes de los ocho años ya era alguien temible aunque nunca combatía y su fuerza no era mucha. Sus habilidades no eran sólo las de un vulgar guerrero sino que era un experto narrador de cuentos y los otros niños se quedaban absortos con las historias que él contaba. Tenía un profundo conocimiento de las tierras fuera de Iarishaud por que se molestaba en escuchar lo que los viajeros contaban y era tan buen arquero como cualquier elfo. Sólo había una cosa que no era común en él y era su afán lector. Los libros que los viajeros habían desechado, otros que sus padres le regalaron, y otra serie de documentos que fue encontrando fue conformando una gran biblioteca que mantenía oculta al resto del mundo en un lugar secreto. Ese lugar secreto era la “Cueva de los Murciélagos”, llamada por los elfos Caephat y por los enanos Khrannocc Bagronk. El nombre de Khrannocc Bagronk tenía una razón de ser y era que a la entrada de la misma había muchisima basura y los enanos creían que la basura ocupaba la cueva, en realidad nunca fue así. Adanurel limpió drenó y aseguró la cueva, y en el fondo colocó una serie de rocas de forma que parecía que allí había habido un derrumbamiento y no se podía continuar. En realidad, oculto en un punto alejado del muro de piedras Adanurel había escarbado y realizado un pasadizo que llevaba al otro lado del muro de piedras. En ese otro lado, en una gran cavidad que había encontrado construyó con los conocimientos que había sacado de enanos y elfos sobre el trabajo de la piedra una sala en la que acomodó su biblioteca. La entrada a dicha sala se encontraba a seis metros de la entrada real que había bloqueado con roca de forma que nada ni nadie podía penetrar allí dentro.
Adanurel tenía amigos en Iarishaud, y en alguna ocasión les propuso explorar la cueva que tenía la Cueva de los Murciélagos, pero ellos se negaban pues veían en ello algo muy peligroso. Pasó entonces que desde las montañas próximas que hacían de frontera entre el Reino de Beinorth y Arandunë descendieron una banda de hombres salvajes. Sin embargo, no podían atacar abiertamente Iarishaud por causa del puesto de guardia. Decididos a conseguir botín se prepararon para atrapar a la primera persona que vieran por el bosque.
Adanurel fue esa persona. Sin embargo, no pudieron capturarlo pues al llegar a Caephat, Adanurel desapareció de su vista...
-¿Un mago?- dijo uno de ellos.
-No lo creo- respondió su jefe -. Lo mas seguro es que nos haya visto y se haya ocultado entre la basura.
Rápidamente se pusieron a rebuscar haciendo ruido y entonces sí que los vio Adanurel. Tomó su arco justo a tiempo de disparar contra el bandido que estaba más próximo a la entrada de la cueva. Adanurel gateo un trecho por el interior de la cueva. Mientras la mirada perpleja de los otros bandidos miraba el cuerpo inerte de su compañero.
En el interior Adanurel rodó por el interior de la cueva entre las sombras hacia la entrada que tan bien conocía. Jadeante, activo las trampas que había colocado por todo el tramo del túnel y se agacho ocultándose en el hueco por donde pasaría al otro lado del muro de piedras.
En el exterior los bandidos encontraron la entrada a la cueva. Observaron parapetándose detrás de la basura por si les disparaban otra flecha. Adanurel decidió atraerlos al interior, tenso el arco y disparó una flecha al exterior. La flecha voló por el túnel directamente a la boca del mismo y se clavó a unos centímetros del jefe de la banda.
-¡Mierda!- dijo Adanurel en alto- He malgastado mi última flecha.
En el exterior el jefe de la banda ordenó a sus hombres entrar a por el chiquillo que había matado a su compañero. Los bandidos penetraron en la cueva, y, en ese instante comenzaron las trampas a actuar, a la vez en el exterior comenzó a sonar un cuerno dando la alarma. El truco estaba en que por cada arco que era disparado saltaba un dispositivo que hacía sonar una serie de cuernos colocados en arboles en el exterior. Muchos bandidos cayeron en el interior pero no todos, y los que sobrevivieron llegaron al fondo de la cueva. Allí en el fondo un muro de piedras parecía interceptarles el paso, y sin embargo el joven al que perseguían debía de haber pasado de alguna forma, mientras Adanurel que los escuchaba hablar desde el otro lado no permaneció ocioso y preparó una antorcha y la llevó a una zona llena de recovecos túneles y demás que se convertían en un laberinto del que sin una cuerda no se podía salir.
Allí en el centro del cruce de caminos colocó la antorcha y volvió a la entrada, a la zona que él conocía muy bien y retiró la cuerda que había usado.
-¡Mira!- les oyó decir- Aquí existe una especie de túnel. ¿No llevará al otro lado?
-Casi seguro. Así se nos escapo. Vayamos por ese pequeño paso.
Adanurel se ocultó en la biblioteca que tenía oculta allí en una de las cavidades tras bloquear la entrada para en el caso de que la localizaran como la otra pensarán que había sido un intento. Sin embargo, no se pararon en buscar dicha entrada, pues al ver al fondo la luz de la antorcha que Adanurel había dejado corrieron hacia allí sin pensar en como harían para retornar a la entrada.
No tardaron en llegar a donde estaba la antorcha pero del joven no había rastro. Miraron en los rincones de aquel espacio y también en las otras cuevas hasta una distancia prudencial. El jefe de la banda llamó entonces a uno de los miembros más antiguos.
-¿Qué te parece?
-Creo que ese chico dejó la antorcha para encontrar el camino de vuelta. Debe de haberse metido por alguno de esos otros túneles.
-Es posible, nos esconderemos y cuando vuelva lo capturaremos.
Los bandidos esperaron y esperaron. Sin embargo, Adanurel no apareció por allí y la antorcha se apagó. Lentamente y en completo silencio los bandidos en la oscuridad salieron de sus escondrijos y se reunieron en el centro. Pero claro, no habían puesto una marca al túnel por el que habían llegado y eso hizo que cuando encendieron su propia antorcha no supieran cuál era el camino a seguir. Con lo que todos cogieron exactamente el camino opuesto al que debían de coger.
Dicho camino se adentraba profundamente en la tierra y terminaba abruptamente en un abismo oscuro. Mientras los bandidos profundizaban por allí Adanurel salió de la biblioteca y marchó al puesto de guardia donde vivía con sus padres. Cuando llego se encontró con que estaba todo el pueblo allí reunido con sus bienes dispuestos a vender cara su vida.
-¡Hola!- dijo Adanurel- Ya no hay peligro.
-¿Porqué?- le preguntaron.
-Fui yo quién dio la alarma cuando los vi en el bosque. Me persiguieron y trataron de capturarme pero yo hice que había entrado en la Cueva de los Murciélagos y ellos penetraron en su interior y si las leyendas que contáis son ciertas estarán ya todos muertos.
El capitán de la guardia en aquella guarnición envió una patrulla hasta la entrada. Allí encontraron el cuerpo de uno de los bandidos. Con mayor precaución que habían tenido los primeros entraron encontrándose unos cuarenta bandidos muertos atravesados por flechas y lanzas. Según Adanurel eran unos ciento sesenta, y si había allí cuarenta todavía quedaban ciento veinte por los alrededores enfadados y muy bien armados. Uno de ellos corrió a informar al capitán mientras el otro oculto con dos carcajs repletos de flechas esperaba oculto entre el enramado de uno de los árboles.
-Alguien hizo un buen trabajo allí- dijo -. Cuarenta de esos bandidos yacen muertos en esa cueva y uno en el exterior, pero si lo que dice Adanurel es cierto aún quedan unos ciento veinte vivos, y esos dentro de la cueva no estaban.
-Es posible que si que estean - dijo un anciano -. Existe la posibilidad de que hayan conseguido penetrar a las cuevas más profundas y si es así Adanurel tiene razón. Están perdidos.
-De todas formas dejaremos una temporada a un par de hombres vigilando uno la entrada de la cueva y otro la zona por si han conseguido o consiguen salir- contestó el capitán.
Y que hacemos con este chiquillo que ha evitado el ataque a la población. No lo sé que sus padres decidan. Nosotros no podemos decidir por ellos.
CAPITULO 2
Durante aquella semana Adanurel y sus amigos se dedicaban a descansar tumbados mirando las nubes bajo el cielo soleado en uno de los prados que había detrás del acuartelamiento. Normalmente solían jugar cuando estaban todos juntos, pero los otros se habían ido de viaje y sólo había cuatro de ellos. Berth era el mayor de todos le seguían Wann, Adanurel y Muiriel. Estaban debatiendo que hacer y no escucharon como se acercaba alguien, que se detuvo a su lado con una ligera sonrisa en el rostro al ver su debate.
Era uno de los soldados de la guarnición que se agacho sonriente.
-Parecéis muy excitados- dijo -¿qué pasa?
-Nada especial...
-Vengo a avisaros que los cuatro seréis enviados a Abilesse en un par de carretas que vosotros mismos guiareis.
-¡Qué emocionante!- dijeron.
-Berth, durante el viaje estarán tus compañeros a tu cargo. Ya estás lo suficientemente entrenado y eres los suficientemente responsable como para cuidar del resto.
Al día siguiente tenían un par de carromatos preparados para el viaje. Los chiquillos esperaron durante varias horas pues Adanurel tardaba. En realidad, Adanurel había ido a su biblioteca particular a por un par de libros, sobre todo a por un libro de magia y eso fue lo que hizo que tardara tubo que escurrirse al interior de la cueva y lo mismo para salir. Los caballos que los llevarían esperaron a ser enjaezados y unos minutos después cuando Adanurel apareció partieron alegremente. Los carromatos iniciaron el ascenso hacia el norte alejándose del peligro de las montañas donde los bandidos, los orcos, u otras criaturas podían caer sobre ellos. Los carromatos avanzaban lentamente por el camino. Berth se sentía feliz y cantaba, ya había hecho este viaje otras dos veces, aunque no como responsable del grupo. El resto salvo Adanurel coreaba la canción.
Habían resuelto dirigirse al norte, a las colinas, a la posada de “Ark”. Adanurel la localizó en el mapa y estaba seguro de poder guiarlos sin dificultad si iban por los caminos y no se salían. De hecho, la posada estaba al pie de las colinas del norte, en un pueblo llamado Angert. Al atardecer de ese día habían llegado a Angert, alrededor de la población se alzaba un muro y tras cruzar los portones junto al camino y a su derecha se encontraba la posada. Dicha posada había sido construida en tiempos remotos por uno de los muchos mercaderes que viajaban de Num a Betanthos, y se había asentado allí cansado de viajar. En aquella posada era el lugar de reunión de todas las gentes del pueblo y de los alrededores, y de los viajeros. Eso hacia de su propietario una de las personas más importantes de Angert.
La tarde declinaba cuando Adanurel y sus amigos llegaron al portón de acceso para carros que tenía la posada. Lo encontraron cerrado pero vieron a un hombre sentado del otro lado. El hombre se los quedó mirando mientras les habría. No era normal en estos tiempos ver chicos viajando de un lado a otro. La razón era que en los últimos tiempos Angert se había convertido en un lugar de paso para los viajeros que iban a Abilesse, Num, Beinorth, o Betanthos, y muchas veces ocultos en el medio iban ladrones de la peor calaña. Todos consideraban la posada de Ark como un refugio, un lugar donde podían recoger información, y a ese lugar se dirigieron los cuatro chicos.
Esa noche extrañamente la posada estaba llena de tal forma que al entrar casi no encontraron sitio para acercarse hasta la barra en la que se encontraba el posadero. Tuvieron que apartarse a un lado varias veces y Berth percibió que Adanurel miraba con desconfianza a la gente, pero tenía una razón...También la gente parecía mirarlos con desconfianza.
-No creo que pasemos aquí la noche- dijo Wann-. Deberíamos seguir camino.
-No sé que le ves de malo a la posada. Me la recomendó mi padre- dijo a su vez Muiriel.
En realidad tenía un aspecto muy agradable y pronto consiguieron llegar hasta donde estaba el posadero. Un hombre enorme y orondo que llevaba puesto un delantal blanco y un trapo del mismo color sobre el hombro.
-Buenas - dijo Berth -. Nos gustaría coger una habitación.
-De acuerdo, ¿pagaran ahora o mañana?
-Pagaremos cuando estemos dentro de la habitación, ya sea ahora o mañana cuando usted prefiera - repuso Adanurel.
Minutos después pagaban al posadero en el interior de la habitación, cenaron y se acostaron. La noche era tranquila y ni el viento que sonaba en el exterior y soplaba con fuerza les inquietó. Era como un mundo aparte. Mientras los otros dormían a la luz de la hoguera Adanurel estudiaba el libro de magia. Era uno de los pocos libros que había encontrado y lo había encontrado en Caephat. Descubrió que había sido de un Maestro de Magos que había partido tiempo atrás desde el puerto de Vigburk al oeste. Su nombre era Zhawron. En el exterior se oyeron unos caballos, unas pisadas sonaron en el suelo y demostraban que el jinete o los jinetes caminaban por el piso y se acercaban a la puerta. A la mañana siguiente todos habían sido despojados de sus pertenencias menos los cuatro chicos. Adanamarth en previsión había probado un hechizo de seguridad en la ventana y en la puerta de forma que sólo el dueño de la posada o sus sirvientes podrían abrirla.
Lejos de allí al sudeste un grupo de cinco jinetes se alejaba de Angert.
-Allí había un mago- dijo uno.
-Malos tiempos para los ladrones si en todas las habitaciones hubiese magos- contesto el jefe -. Desde que Grohm desapareció en Iarishaud todo parece habernos ido de mal en peor. Deberíamos haber ido a por él o tratar de obtener noticias.
-Creo que esos chicos pueden saber algo...- dijo uno de los miembros del grupo que procedía del sur de Idanha - ¿Por qué no preguntarles?
-Iremos entonces a Abilesse y allí conseguiremos que nos cuenten todo lo que necesitamos- dijo el jefe.
Lejos de allí el grupo de chicos hacía camino en dirección al lago Utan. La noche siguiente descansaron a medio camino del lago al lado de un arroyo. Después de haberse lavado en el arroyo, subieron a sus carros y se acostaron.
Muiriel intentaba no dormirse, era la primera noche que dormían en los carros y quería disfrutar de la sensación deliciosa que producían en la noche el sonido del arroyo, la brisa sobre las hojas y los búhos que unos a otros parecían llamarse en la oscuridad de la noche. El extraordinario silencio campestre hizo que se le comenzaran a cerrar los ojos y ha dormirse. De pronto, Wann abrió los ojos, algo acababa de golpear el carro, haciéndolo temblar. Entonces se oyeron las voces de Berth y Adanurel.
-¿ Qué pasa? ¿Estáis bien?
Los dos chicos saltaron de su carro con agilidad gatuna. Berth tropezó con algo y rodó por el suelo. Adanurel encendió una pequeña antorcha y vieron que había sido uno de los caballos. No muy lejos de allí unos ojos los observaban. Uno de los miembros de la banda estaba encargado de vigilarlos y le llamó la atención que ninguno de los chicos hacía alarde del uso de la magia.
Al día siguiente se levantaron y continuaron el camino sin mayor complicación. Al final tuvieron que alargar el recorrido hasta el lago tres días más pero fueron unos días que transcurrieron del modo más perfecto que los cuatro podían esperar. El cielo azul sobre sus cabezas, algún que otro arroyo donde refrescarse y los carros, hacían que el viaje fuera toda una aventura para ellos.
-Este es el mejor viaje que he hecho nunca- dijo Wann.
-¡Bueno, bueno! No presumas tanto ni que creyeras que has viajado mucho más que nosotros- le respondió Adanurel -. El que podría decir algo así es Berth y creo que esta vez no lo está disfrutando.
-No es que no lo disfrute- dijo Berth -. Lo que pasa es que me gustaría ya haber llegado.
Horas más tarde los cuatro vislumbraron un reflejo azul entre los arboles. Era el lago Utan. El camino discurría por una zona arbolada y descendía en una suave pendiente hasta la orilla del lago. Un lago que lanzaba dulces destellos reflejando la luz del sol. Todos excepto Adanurel corrieron a darse un baño. Este soltó a los caballos para que bebieran o se bañasen. Lo único que hicieron fue beber.
-Creo que deberíamos buscar un sitio para montar el campamento está noche- dijo Adanurel a Berth.
-Tienes razón- dijo este -. Adelántate y mira si ves un sitio apropiado.
Y claro que Adanurel lo vio. Descubrió una hondonada donde podían acampar sin que miradas indiscretas descubriesen que estaban allí. El bandido que los seguía. Descubrió que al separarse el otro del grupo lo había despistado totalmente.
-Berth, ya encontré el sitio, pero esperemos un poco para ir.
-¿Porqué?- pregunto Wann.
-Es obvió, y tenemos que darle la razón. Para evitar miradas indiscretas. Adanurel ha visto a lo lejos un par de veces siguiendonos un jinete solitario y no desea tener problemas.
En verdad el sitio que Adanurel había elegido estaba muy bien escondido de miradas indiscretas. Hasta el lago se veía hermoso a los pies de la hondonada. Berth hizo retroceder los carros hasta la hondonada. El suelo aparecía recubierto de brezos que conformaban una maravillosa y suave alfombra. Los finos oídos de Wann captaron un rumor de agua con lo cuál llegaron a la conclusión que habría un arroyo o un manantial cerca, y decidieron dejar para el día siguiente la albor de buscar donde estaba.
Cuando la noche se alargaba y comenzaron las estrellas a brillar Adanurel se dedicó a contarles historias a sus compañeros de viaje para que no temiesen y pasasen una noche tranquila. A veces, hasta Berth se preguntaba si Adanurel no sería en realidad un anciano oculto tras la apariencia de un chico de su edad.
-¿Podrías contarnos algún hermoso poema de los que tu sabes?- le pidió Muiriel.
-Claro que sí... Dejadme pensar...
El tiempo transcurría y parecía que Adanurel no iba a contarles o más bien a recitarles ningún poema y hasta Berth estaba pensando en ir a acostarse al carro, pero entonces Adanurel entonó dulcemente:
“Mira al noroeste, en el antiguo reino,
de Arandunë llamado por los antiguos.
Por el Camino de los Errantes, los Peregrinos,
que vagan por las sombras en busca de luz.
Buscad allí al Guardián del Anochecer,
al Caballero del Anillo, vestido de gris en la tarde.
Guardián de las Puertas, de los Secretos Portales,
que yacen ocultos en nuestros lejanos sueños.
Myyrdin llamado por unos, en el lejano norte,
Mihal por otros en el este, y Mekal en el sur.
Mas allá en el lejano oeste, muchos nombres tubo más,
que ocultos por nieblas nunca aquí se oirán.
En mundos de leyenda puede él entrar,
pero solo a unos pocos podrá enseñar.
En los Portales del Antiguo Reino,
en Arandunë, entre los Bosques por cierto..."
Entonces alzaron los ojos mientras Adanurel tomaba aliento y vieron una silueta recortada por la luz de la luna. Berth cogió su espada Wann tomó una daga y se ocultó con Muiriel bajo uno de los carros. Mientras Adanurel tomó su arco y sacó tres flechas.
Adanurel disparó una flecha. La flecha se dirigía al cuello del intruso pero este alzó su escudo a tiempo y la detuvo. Le habían descubierto, por lo que el bandido huyó rápidamente hacia donde tenía su caballo. Adanurel desde la cima de la hondonada vio como huía colina abajo. Tensó el arco apuntó unos metros más adelante de donde iba el bandido y disparó. La flecha voló con rapidez e instantes después un astil atravesaba el hombro del bandido haciendo que cayese al suelo.
Sin embargo, consiguió llegar al caballo y huir antes de que Adanurel lo alcanzase con una segunda flecha que nunca llego a ser disparada pues el propio Adanurel constató que la distancia era demasiada para alcanzar a su blanco.
Al día siguiente el grupo partió de allí encabezado por la carreta que Berth guiaba. Wann había rastreado la zona por si aún los seguía aquella persona que probablemente fuera un bandido. Lo único que descubrió fue que había sido alcanzado por la flecha de Adanurel y por los tanto no creía que los fuera a seguir. De todas formas decidieron estar todos atentos.
Los carros comenzaron a recorrer con rapidez la línea de la costa, aunque en algunos momentos el camino que seguían se internaba algunos kilómetros al interior, y los todos disfrutaban del paisaje marino que tenían ante sus ojos.
La hora de la comida fue tranquila, y pudieron hablar con un granjero.
-Ahora que tengo constancia de que viajáis a Abilesse os aviso- dijo el granjero -. ¡Tened cuidado! Pues la población está llena de guerreros mercenarios y magos.
-¿Cuál es la razón?- pregunto Muiriel.
-Es por causa de una antigua leyenda que dice que el mago más poderoso de todos los tiempos Zhawron. Pero todos sabemos que ese mago murió hace muchisimo tiempo.